jueves, 1 de diciembre de 2011

Los más pobres son los que más usan el crédito

No hablaré de cifras económicas, ni de quintiles. No hablo de la pobreza que se mide así. Hablo de una pobreza que —a fin de cuentas— es la peor de todas. Y que igual pude llevarte a la que sí se mide con indicadores económicos y quintiles.

 

La falta de cultura lleva a una vida aburrida, sin emoción, sin disfrute. Quien no tiene desarrollado el paladar no puede disfrutar de la variedad de vinos: Todos los vinos son iguales para él; ni de la riqueza culinaria: Todas las comidas deben parecerse a la que está acostumbrado a comer para que las considere “ricas”. Quien no tiene oído no puede disfrutar de la música. Quien no sabe andar en bicicleta se pierde no sólo de un medio de transporte, sino de una fuente de entretención, de compañerismo, y más. Quien no sabe leer bien, no puede disfrutar el placer de una historia bien escrita, bien narrada: No imaginará a los personajes, no se pondrá en su lugar, no sentirá sus miedos, sus anhelos, sus triunfos; para él toda la experiencia de leer la historia —si es que lo intenta— será un suplicio.

 

Me atrevo a decir, lamentablemente, que un alarmante número de personas de la sociedad a la que pertenezco no tiene una vida feliz. Son muchos los que no saben leer bien, no tienen ni la más mínima idea de música, no reconocen un vino de otro, no conocen de arte, etc. A esas personas, que no han experimentado estos placeres de la vida, les parece que la felicidad no es algo inalcanzable, que sólo se obtiene cuando tienes esas cosas que tienen los ricos. Visualizan la vida de los adinerados y la imaginan llena de felicidad, o —cuando menos— de placeres. Creen que lo que a ellos les falta es plata. “Dinero. Eso es lo que falta. Por eso no soy feliz”, parecen decirse.

 

Lo más probable es que estas personas nunca obtengan el dinero que tanto desean. Pero, aun si lo obtuvieran, no sabrían obtener los placeres que describimos. Comprarían la televisión, pero no la capacidad de disfrutar una buena película. Comparían la casa en la playa, tal vez, pero no la capacidad de hacer y conservar amigos leales, interesantes, entretenidos. A lo máximo se les acercarían muchos del mismo estilo que ellos, lisiados culturalmente, atraídos por los placeres que el dinero puede comprar. Muy probablemente le compren libros a la hija, pero ellos nunca le leerán. Se perderán ese tremendo placer. Y sin duda le pondrán Internet y televisión por cable y se dirán que con esas herramientas su hija tendrá mejor educación que ellos, pero no participarán con ella en usar esas cosas para obtener educación. Sin duda le pagarán un colegio caro, convencidos que por ser caro será bueno. Pero no tendrán la capacidad de distinguir entre una buena y una mala educación.

 

Lo más terrible es que estas personas culturalmente lisiadas son presa fácil del crédito: Como creen que lo que los separa de la felicidad no es su propia falta de cultura, sino su falta de dinero para obtener las cosas que tienen “los ricos”, cuando alguien les ofrece poder obtener esas cosas sin pagar inmediatamente, se nublan de emoción y firman todo lo que les pongan adelante. Ni piensan en cómo pagarán. Lo importante es que tendrán el plasma tamaño narco en el comedor, podrán poner a su hija en ese colegio caro, podrán comprarle el nóubuk (ellos no saben cómo se escribe, probablemente), podrán ir al mall (eso sí lo saben escribir) y comprar “igual que los que sí tienen plata”, y comer chatarra en el patio de comidas. “Sí: seremos felices”, parecen decirse.

 

O sea, los que venden crédito no lo presentan como un crédito: Lo presentan como “felicidad”. A los ojos de la gente culturalmente pobre, no les están vendiendo ni ellos están comprando un crédito, sino la felicidad. La falta de cultura los hace endeudarse hasta lo imposible, convirtiéndolos en esclavos de sus empleos, las horas extras y las “movidas” —honestas o no— para aumentar sus ingresos.

 

La falta de cultura no sólo los hizo estar frecuentemente aburridos. Los hizo infelices. Los hizo hundirse más en las actividades que más detestan.

 

La pobreza cultural es caldo de cultivo para la esclavitud.