Un hombre mató a dos detectives en San Bernardo.
La reacción en los medios no se hizo esperar (Aclaro de inmediato que condeno el asesinato de los dos funcionarios de la Policía de Investigaciones y que este comentario no es para defender al asesino ni mucho menos. Quien los haya matado cometió un crimen atroz que me causa ira e indignación).
Seguí los comentarios de muchos en redes sociales. Quedé sorprendido.
Una opinión común fue del tipo "siempre hablan de los derechos humanos de los delincuentes, pero ¿acaso ellos respetaron los derechos humanos de sus víctimas?". En un principio y para el oído no entrenado esto puede sonar razonable. Pero si se le mira bien, es no sólo una contradicción, sino una aberración.
Los delincuentes son... ¡bueno! ¡delincuentes! No podemos esperar que respeten los derechos de los demás. Si lo hicieran, no serían delincuentes. Por lo tanto, decir que no debemos respetar los derechos humanos al tratar con ellos porque ellos no respetaron los de sus víctimas es... ¡absurdo! No existen delincuentes que respeten los derechos de sus víctimas. Por lógica, la opinión dada por muchos y citada en el párrafo anterior es incoherente.
Pero es más que eso, como ya dijimos: Es una aberración. ¿Debe una sociedad civilizada dejar de serlo porque uno de sus miembros actúa incivilizadamente? ¿Debemos cambiar nuestra estructura y valores morales porque hay gente que vive sin respetarlos? Los que piden que no respetemos los derechos humanos al tratar con delincuentes están pidiendo que como sociedad renunciemos a nuestros principios morales, que nos pongamos al nivel de los delincuentes. Si como sociedad hiciéramos eso, entonces habrá ganado precisamente aquello que, se supone, tratamos de combatir: El desorden, el caos, la ausencia de derecho, la ley del más fuerte.
La idea no es que la ley se respete porque sus custodios son más fuertes. La idea es que la ley se respete porque es lo correcto. Por supuesto, si alguien no quiere obedecer la ley y pone en peligro la integridad física o la propiedad de otros, es necesario usar la fuerza. Pero esto debe ser dentro del marco de la ley. No propiciando el caos.
Vámonos a algo simple y práctico. Si un individuo roba a una señora, huye por la calle, es alcanzado por otros transúntes y estos lo detienen ¿debiesen darle una golpiza? Si lo hacen, están rebajándose a ser tal como el ladrón. Por dos razones: Están haciendo uso de la ley del más fuerte, tal como el ladrón hizo con la señora (no creo que intentaran golpear al ladrón si se vieran solos y en inferioridad física); y, segundo, están transgrediendo una ley. Nada nos autoriza legalmente a dar una golpiza a otro individuo. Lo que la ley permite hacer es detener al ladrón y entregarlo a la policía, que a su vez debe ponerlo a disposición del tribunal, todo esto sin mediar apremios físicos innecesarios. Dicho de otra forma, una vez que tenemos al ladrón en el suelo y afirmado... una patada en las costillas no es legal.
Pero no sólo no es legal. Es absolutamente incorrecta moralmente. De hecho, la razón por la que está hecha la ley es, se supone, para reflejar la moralidad de nuestra sociedad. Las leyes se hacen a partir de las normas morales de una sociedad, y no al revés. No veo sino cobardía en quien agrede físicamente a alguien que ya está reducido, sin importar si ese individuo previamente cometió un delito. Quien actúa así suele decir "ah, pero él no respetó a nadie y abusó de la señora así es que yo ahora abuso de él"... ¿Se va a poner a nivel del ladrón? ¿Se va a poner a nivel del delincuente? ¿Va a transformarse en delincuente también? ¿Va a permitir que un individuo moralmente degradado influya en su propia escala de valores? ¿Tan débil es su propia percepción de lo bueno y lo malo, de lo correcto y lo incorrecto? ¿Así de moldeables y frágiles son sus principios?
Esta actitud se extiende a otros ámbitos. Cada vez que hay noticias de un hombre asesinado en La Pintana o La Legua, o cualquier otro lugar con mala fama social, oigo o leo a personas opinar "que se maten entre ellos", o "mejor, un flaite menos". Para empezar, asumen que el individuo es una lacra social por el mero hecho de vivir en un barrio estigmatizado. Como si en esas zonas no viviera nadie honesto. Pero peor aun, asumen que la vida humana no es valiosa si vives en esas zonas. Aun si el muerto se trata de un delincuente (que no siempre es el caso) ¿es una muerte violenta algo que debamos celebrar? El muerto muerto está, nada se puede hacer al respecto. No nos escucha, ni nos ve, ni sabe de nuestras reacciones. Por tanto, el que yo me regocije en su muerte y en su forma de morir sólo me rebaja a mí. Me hace menos humano. Me reduce a un individuo que tiene una escala moral bastante cercana a la del delincuente: Me deleito en la desgracia ajena, no me importa el sufrimiento de otros, usaría en mi favor cualquier ventaja sobre otros, sin que me importe si son ventajas legítimas o no, o si sus usos son legítimos o no.
Lamento decir que estas opiniones son muy comunes en la sociedad donde vivo. Suelen provenir de personas que a su vez hablan en contra de los peruanos, bolivianos y mapuches. Es decir, suelen provenir de quienes, en el fondo, no respetan la vida ni la dignidad humana. Es una pena. Es deprimente.
Somos complejos los humanos