jueves, 14 de abril de 2011

Por qué prefiero ser paciente.

Un amigo me contó hace poco que se había pasado la semana comiendo solamente yogurt con cereal. No había tenido dinero para más que eso. Lo notorio del caso es que me contó esto por Internet, y al momento de hacerlo estaba comiéndose su último yogurt... y esperando que le depositaran dinero en la tarde. Su caso me hizo pensar en cómo reaccionaría yo en una situación similar. He aquí lo que pensé.

¿Qué hacer cuando una persona está haciendo algo que a uno le molesta? Digamos, por ejemplo, que mientras uno está en una plaza, sentado disfrutando el aire libre, llega alguien cerca y se pone a fumar, lanzándonos (con o sin intención) su humo a nuestras narices. ¿Qué hacer? ¿Le pedimos que deje de hacerlo? ¿Lo ignoramos? ¿Nos cambiamos de lugar?

Aunque hay muchos factores que pesar para tomar una decisión en un caso como este —entre ellos el grado de peligrosidad que haya en el barrio, la posible reacción del fumador, etc.— he notado que para muchos lo más importante al momento de decidir qué acción tomar es hacer una demostración de poder, un despliegue de sus habilidades para intimidar. Es como si estuvieran esperando tener una buena razón que les sirva de excusa para dejar aflorar lo que me atrevo a llamar su agresividad.

Para estas personas de las que hablo la paciencia es una muestra de debilidad. El diálogo sereno y apacible, la mansedumbre, la humildad y la modestia son todas cualidades indeseables a su vista. He oído a muchos decir que si uno manifiesta alguna de estas características la gente lo atropellará y pasará por encima de uno cuando quiera.

Veo con pesar que lo que alguna vez se enseñó como una virtud, hoy tiende a verse como un defecto. Creo que esta visión de la paciencia está equivocada.

Para empezar, ser capaz de controlar los impulsos propios, incluida la agresividad, lejos de ser una señal de debilidad es un síntoma inequívoco de poder. Una persona que no es capaz de controlarse a sí misma no es confiable ni fuerte. Es predecible, manipulable (es cosa de aprender a irritarlo para dominar su estado de ánimo y acciones) y, por lo tanto, débil. En contraste, quien puede mantenerse sereno incluso frente a la provocación será un desafío para los que busquen irritarlo. No será manipulado con facilidad. Su autodominio será su mejor arma: Tomará mejores decisiones, guiadas por el análisis y no por impulsos brutos.

Además, el efecto que una persona serena y paciente tiene en los que le rodean (incluso los hostiles) es muy práctico. En general será más escuchado y su opinión más respetada que la de una persona enajenada gritando descontroladamente. Es probable que con su tono de voz calmado y sus gestos libres de agresividad pueda bajar la guardia de quien venga predispuesto a una riña, logrando así no sólo evitar un conflicto, sino llegar a una solución más rápida y efectivamente.

El miedo no es respeto, y quien intimida a otros no es valorado por ellos. En cuanto se dé la ocasión, muy probablemente los que se hayan sentido mancillados en su dignidad o atemorizados cobrarán revancha. Pasarán la factura. Andar por la vida intimidando a otros no sólo es moralmente asqueroso; también es muy poco inteligente. 

A todo esto, mi amigo mencionado al principio es un verdadero ejemplo de paciencia. Mientras conversábamos él sin duda debe haber tenido hambre. Aun así no me transmitió amargura ni ninguna emoción negativa. Todo lo contrario. Fue una conversación muy optimista, hasta alegre. Me dio mucho ánimo, de hecho. Es otro triunfo de la paciencia. No dejó que esos factores externos le arrebataran su esencia, su verdadera personalidad.

La próxima vez que me enfrente a una situación como la del fumador impertinente en la plaza pesaré varios factores antes de decidir qué hacer. Pero, cualquiera sea la determinación que tome, haré mi más sincero esfuerzo para que no sea el resultado del deseo de desplegar agresividad e intimidar, sino de un análisis socegado e inteligente. Quizás en algunos casos cambiarme de banca realmente sea la mejor opción, la más simple y menos problemática. ¿Para qué dejar que una persona impertinente me arruine un día, una hora, o un minuto de mi corta vida?

Somos complejos los humanos.

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